El príncipe Jacopo y la danza de la felicidad
Había una vez un país inmergido en el verde. Un pequeño reino en el Noreste, dirigido por un soberano de corazón tierno que vivía en un castillo de oro, construido sobre una roca envuelta en una capa de niebla pesada. La Fortaleza Roccabona, así se llamaba, era un símbolo de la grandeza y el poder absoluto de la casa real del mismo nombre.
El rey Enrique el Jocundo era un hombre bueno, tan bueno que todo el mundo lo amaba y respetaba. Su único defecto, decían los habitantes del reino, fue que las hadas buenas lo habían privado de una belleza atractiva. Una nariz aguileña, unos pocos pelos, una panza siempre más creciente, por no hablar de su bajeza. Sin embargo, su carácter precioso lo recompensaba con creces.
Muchas damas del reino estaban fascinadas por el reinante. Algunas habrían dado cualquier cosa para conquistarlo. Una mujer por encima de todas, una cierta Hortensia, que él ni siquiera se dignaba a mirar. Sus ojos se iluminaban sólo pensando a Carlota, una bella y hermosa princesa, pero originaria de un país lejano y por desgracia enemigo.
"Su Alteza, elija a cualquier mujer en el reino. Hay tantas princesas y condesas dignas de llevar la corona! - Decía el asesor del rey - Son buenas todas, excepto “aquella”!”
"Aquella" pero había ya secuestrado al joven rey, tanto que no había manera de hacerle cambiar de opinión. La ira de sus oponentes crecía cada día más y más. Protestaron, gritaron, pero todo fue inútil. El amor cuando llega no hay consejos que puedan ser escuchados. Enrique el Jocundo hizo su elección. Su corazón latía sólo en el ritmo del nombre de su amada: Car-lo-ta. Se habría casado con ella a cualquier precio, sin tener en cuenta las opiniones de otros.
El enamorado loco había cortejado durante mucho tiempo la bella princesa. Le escribía poemas de amor, a veces se divertía componiendo sonetos. Sus ojos reflejaban los ojos dulces de su amada. Sonriente pero tímida, la joven respondía con cartas breves, llenas de emoción que estaban naciendo de poco a poco en su corazón.
Unidos contra el resto del mundo, Enrique el Jocundo y Carlota la Extranjera, el apelativo con el cual la gente llamaba la futura reina, se casaron a finales de primavera. La buena noticia, recibida con alegría por los súbditos, le valió los festejos durante varios días.
Pero no todo el mundo vio con buenos ojos a la recién llegada. La hermosa y temida Hortensia, la más pérfida de todas las magas del reino, se sintió traicionada por el rey. Ese soberano fascinante y siempre alegre le había robado el alma.
"Fuese el último hechizo que hago, mi querido, me pagarás por esto!", prometió la amante rechazada.
El tiempo pasó. La felicidad se había arraigado en el país de los Roccabona. La música, el canto, el baile, la gente caminaba saltando como si estuviera en las nubes. La historia de amor de los soberanos había infectado a todos, jóvenes y viejos.
Una noche, alguien jura que fue el día en que todo se fue al infierno, un niño con la ropa negra rasgada y el pelo revuelto por el viento apareció en la plaza principal. Dio unos pasos en la dirección del castillo de oro y gritó a los cuatro vientos: "La reina está embarazada! Vendrá muy pronto el heredero!”
La voz saltó en el aire y dejó que la brisa de verano la llevara a todos. Dentro de unas horas no había un alma viva en el reino que ya no sabía la noticia. Todos o casi fueron inundados por la ola de alegría y júbilo.
Había llegado el momento perfecto que una mala mujer estaba esperando desde hace mucho tiempo. El momento para apagar y para siempre las sonrisas de las caras de las personas.
"Las fuerzas oscuras, vienen a mí! Saquen la alegría del corazón del rey! Que una gran lágrima cristalina bañe el ojo de la reina! Que nadie sonríe nunca más, diridi-biribii-ban-bas! "
El cielo se oscureció de repente. El viento se levantó con furia rasgando, con una fuerza sin precedentes, la bandera con el emblema de los Roccabona que ondeaba en la torre este. Hubo inicialmente un grito y luego nada. Un silencio sepulcral que perturbó los súbditos incrédulos.
Nadie sabía exactamente lo que había sucedido, pero todo el mundo temía una desgracia.
"Hortensia, ¿qué hiciste?”, gritaron al unisono las dos mujeres jóvenes que con la malvada maga tenían en común más de una gota de sangre en las venas, además del mismo color brillante del pelo que como un destello de luz iluminó la noche .
Las gemelas Robenia y Verbena, las hadas buenas del reino, se activaron sin desde el principio para anular la fechoría de su hermana mayor. Las fuerzas oscuras, dirigidos por Hortensia en cuyo rostro brillaba una sonrisa victoriosa, tenían pero la sartén por el mango.
Durante un año o poco más, la sonrisa no habría estado en casa en la tierra de los Roccabona.
Mientras tanto, la vida, a pesar de la apatía general, siguió adelante. El silencio se había tomado el lugar de ruidos. Nadie cantó más. Los bailes en la plaza fueron abolidos por el rey más triste de la historia del reino.
Hortensia, desde su casa oscura en el bosque, no lejos del lago Mágico, brindó por la caída de la casa real. Satisfecha, con una sonrisa irónica que nunca se le borraba de la cara, cantó victoria. Para celebrar, desató una de las tormentas más fuertes. Saber en dificultad Enrique el Jocundo y Carlota la Extranjera llenó su corazón, presumiendo que tenía uno, de inmensa felicidad.
Las hadas buenas del reino, las únicas que sabían del sortilegio oscuro, no se dieron por vencidas. Se pusieron a trabajar, seguras que tarde o temprano iban a encontrar la fórmula mágica justa, capaz de restaurar la serenidad en la vida de los súbditos.
El negro fue lamentablemente de amplia ventaja sobre el blanco. El mal venció sobre el bien, haciendo de manera que toda una nación se hundiese en un mar de dolor que parecía no tener fin.
Tiempo escabulló tan rápido como la arena del desierto entre los dedos. Pasaron días, semanas. Llegó por fin diciembre, seguido por enero galopante. Carlota la Extranjera, siempre con una lágrima en la cara, estaba esperando el nacimiento del heredero. Llamaron también a una comadrona, una campesina rolliza de mejillas rojas y una sonrisa serena. Cada momento podría ser correcto. En ausencia de la alegría y la felicidad, no es que tenía entonces tanta importancia.
A la mañana que llegó el Príncipe Jacopo, la nieve caía, golpeando suavemente durante unas horas, en las ventanas del castillo. Apenas vio aparecer en el mundo los dos ojos azules y un penacho de oro, la reina dejó de llorar. Su corazón se aceleró. Casi podía jurar que algo estaba cambiando. Para mejor o peor ella no lo sabía. Que el recién llegado podría traer un soplo de aire fresco en el reino fue especialmente claro a las hadas buenas, que esperaban un milagro mucho más potente de la maldad de Hortensia. Por su parte, ya habían intentado todo, todas las maneras posibles.
"¿Cuántos hechizos y pociones creados, no sirvió a nada!" Se desesperaban Verbena y Robenia. "Tiene que haber una solución! No puede siempre vencer el mal sobre el bien! "
Hortensia, inmune a todo, o al menos eso parecía, se había abstenido cuidadosamente de admitir sus miedos. Desde el nacimiento del príncipe, era como si se hubiesen debilitado sus poderes. Ay, no se lo digan pero a nadie!
"Las fuerzas oscuras acérquense a mí, que no deja de sufrir el rey! Corta vida al nuevo miembro de la familia, que nunca conozca la alegría!” Al pronunciar el hechizo de gran alcance, la varita mágica sollozó y envío la magia al remitente.
"¿Qué diablos! ¿Ortensia estás perdiendo tiros?” Frunció el ceño con incredulidad. “¡Vamos a probar de nuevo!" Repitió la fórmula mágica en varias ocasiones, pero sin éxito. La varita mágica se mostró desobediente más que nunca.
“¿Y ahora? ¿Fuerzas oscuras, qué hacemos? ¡Si se enteran de esa vergüenza Robenia y Verbena tendré que dejar el país! Este príncipe quien sabe que poderes tiene!"
Mientras tanto la más pérfida de todas las magas se giraba pulgares preguntándose dónde se había equivocado, la serenidad se volvió en el castillo de oro. Todos recorrían por el edificio con menos tristeza en el alma y tanta fuerza en las piernas que se habían vuelto a la agilidad y rapidez de los tiempos mejores.
“¿Habían visto lo hermoso que es el príncipe Jacopo? ¡Cuando sonríe parece que el sol está brillando en la habitación! “, decía la servidumbre. El joven Jacopo, para mostrar cuanto apreciaba los cumplidos, aplaudía alegremente.
En poco tiempo, con esos ojos azules, había hechizado a todos, incluido a la mujer que lo quería muerto.
"Las fuerzas oscuras, vengan a mí, que se fulmine la mirada del futuro rey! Que deje de sonreír a mis tres!” Enviaba todos los días varios hechizos al príncipe, sin pero lograr en su misión. El niño estaba siempre un paso por delante.
Jacopo crecía sano y feliz, sin darse cuenta de haber sido objeto de tanto odio y tanta maldad. Que fuese, también, un niño especial parecía que no le interesara particularmente.
Él no sabía, pero el universo sí. El cielo, a su llegada al mundo, le había hecho un regalo muy, muy especial. Más que cualquier otra cosa fue un arma eficaz contra la dama oscura del reino y sus seguidores. Un don que, para entrar completamente en su posesión, el príncipe tuvo que esperar un año entero.
El día del primer cumpleaños de Jacopo marcó un momento crucial en la guerra eterna entre el bien y el mal. Que el nacimiento del príncipe había debilitado a la malvada reina del mundo oscuro, ya no era un misterio. En esos doce meses se había mejorado aún más el estado de ánimo de los súbditos. La reina lloraba cada vez menos y sobre todo de alegría. Al resto pensó el futuro rey. Fueron sus pasos de un baile desconocido a romper la empuñadura de hielo de Hortensia. Cuando bailaba, rebosaba la alegría de todos los poros. Fue aquella danza, que involucró a toda la gente del reino, a poner fin a la guerra, al menos por el momento. La varita mágica voló de las manos de Hortensia en el ritmo del baile feliz y se partió en dos.
"Las fuerzas oscuras vengan a mí, que sea maldito para siempre el rey! Las patas rotas al principito, que se interrumpa para siempre su caminito! En cuanto a la Reina llorona, que le caiga enseguida de la cabeza la corona!”, exclamó la maga traicionada por el amor y por sus seguidores. En vano. Las fuerzas oscuras se mantuvieron calladas durante mucho, mucho tiempo.
En el reino devolvió la alegría y la paz. Unidas en el abrazo eterno los súbditos bailaron la danza de la felicidad, celebrando de por vida el príncipe Jacopo, su salvador. Y las hadas buenas celebraron la derrota de la pérfida hermana mayor, la maga oscura Hortensia que aún hoy clama contra todos esperando la revancha.
©2016 Emina Ristovic
Éste cuento de hadas, con el cual he participado al concurso italiano Premio Hans Christian Andersen 2016, es dedicado a mi sobrino Jakov que me inspiró para crear el personaje del príncipe Jacopo.
El rey Enrique el Jocundo era un hombre bueno, tan bueno que todo el mundo lo amaba y respetaba. Su único defecto, decían los habitantes del reino, fue que las hadas buenas lo habían privado de una belleza atractiva. Una nariz aguileña, unos pocos pelos, una panza siempre más creciente, por no hablar de su bajeza. Sin embargo, su carácter precioso lo recompensaba con creces.
Muchas damas del reino estaban fascinadas por el reinante. Algunas habrían dado cualquier cosa para conquistarlo. Una mujer por encima de todas, una cierta Hortensia, que él ni siquiera se dignaba a mirar. Sus ojos se iluminaban sólo pensando a Carlota, una bella y hermosa princesa, pero originaria de un país lejano y por desgracia enemigo.
"Su Alteza, elija a cualquier mujer en el reino. Hay tantas princesas y condesas dignas de llevar la corona! - Decía el asesor del rey - Son buenas todas, excepto “aquella”!”
"Aquella" pero había ya secuestrado al joven rey, tanto que no había manera de hacerle cambiar de opinión. La ira de sus oponentes crecía cada día más y más. Protestaron, gritaron, pero todo fue inútil. El amor cuando llega no hay consejos que puedan ser escuchados. Enrique el Jocundo hizo su elección. Su corazón latía sólo en el ritmo del nombre de su amada: Car-lo-ta. Se habría casado con ella a cualquier precio, sin tener en cuenta las opiniones de otros.
El enamorado loco había cortejado durante mucho tiempo la bella princesa. Le escribía poemas de amor, a veces se divertía componiendo sonetos. Sus ojos reflejaban los ojos dulces de su amada. Sonriente pero tímida, la joven respondía con cartas breves, llenas de emoción que estaban naciendo de poco a poco en su corazón.
Unidos contra el resto del mundo, Enrique el Jocundo y Carlota la Extranjera, el apelativo con el cual la gente llamaba la futura reina, se casaron a finales de primavera. La buena noticia, recibida con alegría por los súbditos, le valió los festejos durante varios días.
Pero no todo el mundo vio con buenos ojos a la recién llegada. La hermosa y temida Hortensia, la más pérfida de todas las magas del reino, se sintió traicionada por el rey. Ese soberano fascinante y siempre alegre le había robado el alma.
"Fuese el último hechizo que hago, mi querido, me pagarás por esto!", prometió la amante rechazada.
El tiempo pasó. La felicidad se había arraigado en el país de los Roccabona. La música, el canto, el baile, la gente caminaba saltando como si estuviera en las nubes. La historia de amor de los soberanos había infectado a todos, jóvenes y viejos.
Una noche, alguien jura que fue el día en que todo se fue al infierno, un niño con la ropa negra rasgada y el pelo revuelto por el viento apareció en la plaza principal. Dio unos pasos en la dirección del castillo de oro y gritó a los cuatro vientos: "La reina está embarazada! Vendrá muy pronto el heredero!”
La voz saltó en el aire y dejó que la brisa de verano la llevara a todos. Dentro de unas horas no había un alma viva en el reino que ya no sabía la noticia. Todos o casi fueron inundados por la ola de alegría y júbilo.
Había llegado el momento perfecto que una mala mujer estaba esperando desde hace mucho tiempo. El momento para apagar y para siempre las sonrisas de las caras de las personas.
"Las fuerzas oscuras, vienen a mí! Saquen la alegría del corazón del rey! Que una gran lágrima cristalina bañe el ojo de la reina! Que nadie sonríe nunca más, diridi-biribii-ban-bas! "
El cielo se oscureció de repente. El viento se levantó con furia rasgando, con una fuerza sin precedentes, la bandera con el emblema de los Roccabona que ondeaba en la torre este. Hubo inicialmente un grito y luego nada. Un silencio sepulcral que perturbó los súbditos incrédulos.
Nadie sabía exactamente lo que había sucedido, pero todo el mundo temía una desgracia.
"Hortensia, ¿qué hiciste?”, gritaron al unisono las dos mujeres jóvenes que con la malvada maga tenían en común más de una gota de sangre en las venas, además del mismo color brillante del pelo que como un destello de luz iluminó la noche .
Las gemelas Robenia y Verbena, las hadas buenas del reino, se activaron sin desde el principio para anular la fechoría de su hermana mayor. Las fuerzas oscuras, dirigidos por Hortensia en cuyo rostro brillaba una sonrisa victoriosa, tenían pero la sartén por el mango.
Durante un año o poco más, la sonrisa no habría estado en casa en la tierra de los Roccabona.
Mientras tanto, la vida, a pesar de la apatía general, siguió adelante. El silencio se había tomado el lugar de ruidos. Nadie cantó más. Los bailes en la plaza fueron abolidos por el rey más triste de la historia del reino.
Hortensia, desde su casa oscura en el bosque, no lejos del lago Mágico, brindó por la caída de la casa real. Satisfecha, con una sonrisa irónica que nunca se le borraba de la cara, cantó victoria. Para celebrar, desató una de las tormentas más fuertes. Saber en dificultad Enrique el Jocundo y Carlota la Extranjera llenó su corazón, presumiendo que tenía uno, de inmensa felicidad.
Las hadas buenas del reino, las únicas que sabían del sortilegio oscuro, no se dieron por vencidas. Se pusieron a trabajar, seguras que tarde o temprano iban a encontrar la fórmula mágica justa, capaz de restaurar la serenidad en la vida de los súbditos.
El negro fue lamentablemente de amplia ventaja sobre el blanco. El mal venció sobre el bien, haciendo de manera que toda una nación se hundiese en un mar de dolor que parecía no tener fin.
Tiempo escabulló tan rápido como la arena del desierto entre los dedos. Pasaron días, semanas. Llegó por fin diciembre, seguido por enero galopante. Carlota la Extranjera, siempre con una lágrima en la cara, estaba esperando el nacimiento del heredero. Llamaron también a una comadrona, una campesina rolliza de mejillas rojas y una sonrisa serena. Cada momento podría ser correcto. En ausencia de la alegría y la felicidad, no es que tenía entonces tanta importancia.
A la mañana que llegó el Príncipe Jacopo, la nieve caía, golpeando suavemente durante unas horas, en las ventanas del castillo. Apenas vio aparecer en el mundo los dos ojos azules y un penacho de oro, la reina dejó de llorar. Su corazón se aceleró. Casi podía jurar que algo estaba cambiando. Para mejor o peor ella no lo sabía. Que el recién llegado podría traer un soplo de aire fresco en el reino fue especialmente claro a las hadas buenas, que esperaban un milagro mucho más potente de la maldad de Hortensia. Por su parte, ya habían intentado todo, todas las maneras posibles.
"¿Cuántos hechizos y pociones creados, no sirvió a nada!" Se desesperaban Verbena y Robenia. "Tiene que haber una solución! No puede siempre vencer el mal sobre el bien! "
Hortensia, inmune a todo, o al menos eso parecía, se había abstenido cuidadosamente de admitir sus miedos. Desde el nacimiento del príncipe, era como si se hubiesen debilitado sus poderes. Ay, no se lo digan pero a nadie!
"Las fuerzas oscuras acérquense a mí, que no deja de sufrir el rey! Corta vida al nuevo miembro de la familia, que nunca conozca la alegría!” Al pronunciar el hechizo de gran alcance, la varita mágica sollozó y envío la magia al remitente.
"¿Qué diablos! ¿Ortensia estás perdiendo tiros?” Frunció el ceño con incredulidad. “¡Vamos a probar de nuevo!" Repitió la fórmula mágica en varias ocasiones, pero sin éxito. La varita mágica se mostró desobediente más que nunca.
“¿Y ahora? ¿Fuerzas oscuras, qué hacemos? ¡Si se enteran de esa vergüenza Robenia y Verbena tendré que dejar el país! Este príncipe quien sabe que poderes tiene!"
Mientras tanto la más pérfida de todas las magas se giraba pulgares preguntándose dónde se había equivocado, la serenidad se volvió en el castillo de oro. Todos recorrían por el edificio con menos tristeza en el alma y tanta fuerza en las piernas que se habían vuelto a la agilidad y rapidez de los tiempos mejores.
“¿Habían visto lo hermoso que es el príncipe Jacopo? ¡Cuando sonríe parece que el sol está brillando en la habitación! “, decía la servidumbre. El joven Jacopo, para mostrar cuanto apreciaba los cumplidos, aplaudía alegremente.
En poco tiempo, con esos ojos azules, había hechizado a todos, incluido a la mujer que lo quería muerto.
"Las fuerzas oscuras, vengan a mí, que se fulmine la mirada del futuro rey! Que deje de sonreír a mis tres!” Enviaba todos los días varios hechizos al príncipe, sin pero lograr en su misión. El niño estaba siempre un paso por delante.
Jacopo crecía sano y feliz, sin darse cuenta de haber sido objeto de tanto odio y tanta maldad. Que fuese, también, un niño especial parecía que no le interesara particularmente.
Él no sabía, pero el universo sí. El cielo, a su llegada al mundo, le había hecho un regalo muy, muy especial. Más que cualquier otra cosa fue un arma eficaz contra la dama oscura del reino y sus seguidores. Un don que, para entrar completamente en su posesión, el príncipe tuvo que esperar un año entero.
El día del primer cumpleaños de Jacopo marcó un momento crucial en la guerra eterna entre el bien y el mal. Que el nacimiento del príncipe había debilitado a la malvada reina del mundo oscuro, ya no era un misterio. En esos doce meses se había mejorado aún más el estado de ánimo de los súbditos. La reina lloraba cada vez menos y sobre todo de alegría. Al resto pensó el futuro rey. Fueron sus pasos de un baile desconocido a romper la empuñadura de hielo de Hortensia. Cuando bailaba, rebosaba la alegría de todos los poros. Fue aquella danza, que involucró a toda la gente del reino, a poner fin a la guerra, al menos por el momento. La varita mágica voló de las manos de Hortensia en el ritmo del baile feliz y se partió en dos.
"Las fuerzas oscuras vengan a mí, que sea maldito para siempre el rey! Las patas rotas al principito, que se interrumpa para siempre su caminito! En cuanto a la Reina llorona, que le caiga enseguida de la cabeza la corona!”, exclamó la maga traicionada por el amor y por sus seguidores. En vano. Las fuerzas oscuras se mantuvieron calladas durante mucho, mucho tiempo.
En el reino devolvió la alegría y la paz. Unidas en el abrazo eterno los súbditos bailaron la danza de la felicidad, celebrando de por vida el príncipe Jacopo, su salvador. Y las hadas buenas celebraron la derrota de la pérfida hermana mayor, la maga oscura Hortensia que aún hoy clama contra todos esperando la revancha.
©2016 Emina Ristovic
Éste cuento de hadas, con el cual he participado al concurso italiano Premio Hans Christian Andersen 2016, es dedicado a mi sobrino Jakov que me inspiró para crear el personaje del príncipe Jacopo.